Esta entrada es una recomendación para un viaje corto y sencillo. El trayecto es el que lleva desde cualquier rincón de nuestra Facultad (incluso de sus nuevos edificios) hasta la librería que sigue instalada en la planta baja del edificio principal (al fondo, a la derecha). Una recomendación, ¿a quién y para qué? Lo primero no está limitado, aunque redacto estas líneas pensando en quienes aspiran a acceder a la profesión de abogado. Lo hago porque mi recomendación es simple: que acudan al encuentro de los libros y que lo hagan como forma de mejorar su lenguaje. Estoy de nuevo en el tema del lenguaje de los juristas.
Todas las profesiones jurídicas giran en torno al lenguaje, hablado o escrito. Los abogados deben dominar ambos, aunque el ejercicio de la profesión lleve a dar prevalencia a uno u otro, dependiendo del ámbito en el que se desarrolle la profesión. Alguna vez me han preguntado sobre cómo puede mejorar un abogado su forma de escribir. Si quien lo hace pretende que le dé una serie de reglas o consejos que hagan que sus escritos, informes, dictámenes o cualesquiera otros documentos mejoren, lamento defraudarle. No sé como escribir mejor. Sí me atrevo a compartir, en ésta y en alguna otra ocasión, algunas reflexiones sobre tan razonable propósito. Hoy parto de una recomendación elemental: fijémonos en cómo lo hacen los buenos.
Para encontrarnos con ellos, con los buenos escritores, volvamos a la librería de la Facultad. No se trata esta vez de interesarnos por los libros jurídicos, ordenados por materias de manera longitudinal a lo largo de la librería. Ignorémoslos esta vez, aunque me permitiré la licencia de reiterar algo relevante: también en esos libros aflora, cualquiera que sea su contenido, la calidad del lenguaje de su autor. Escribir sobre Derecho puede llegar a ser una materia árida y en ese caso, la calidad y claridad de lo escrito marca la diferencia entre los textos que tienen diversa acogida. Espero volver sobre ello. Lo que deseo hoy es que en esta visita imaginada a la librería nos paremos, que lo haga el futuro abogado, en la primera mesa en la que de manera abigarrada se acumula la literatura, sin adjetivos. Aquí encontraremos siempre inspiración para escribir mejor. La que aporta leer a los buenos escritores, a quienes hacen del lenguaje escrito la técnica para desarrollar historias o ensayos. Cuanto más se lee, mayor es el bagaje del que el futuro abogado puede sacar partido. La literatura y la ley, la ficción y el mundo jurídico se entrecruzan constantemente y despliegan una recíproca influencia. Si, como compartí en una anterior entrada, Stendhal comenzaba el día leyendo algunos artículos del Código civil francés en su búsqueda de una mayor precisión para el lenguaje de sus novelas, recorramos el camino inverso y busquemos en la literatura, en la buena literatura que pone a nuestra disposición una forma de narrar y explicar, algunas fórmulas válidas para escribir como letrados.
El abogado encontrará en la lectura de la literatura inspiración. No la que sirve para escribir historias, sino simplemente la que ayuda a escribir mejor, a mejorar la técnica del lenguaje que sirve para exponer, argumentar, fundamentar, pedir, evaluar, exagerar y tantas otras acciones que los abogados se ven obligados a hacer en sus escritos. El encuentro con la literatura ayuda a mejorar la técnica de ese escritor obligado que es todo abogado y quien aspira a integrarse en esa profesión.
Es cierto que el abogado no es un escritor libre. El folio en blanco –tan temido por los escritores- no es un campo abierto por el que podrá discurrir el relato que el abogado decida. Los abogados escribimos al dictado de la ley. Es la ley la que nos obliga a escribir en un determinado momento procesal, o es la ley la que determina el contenido necesario de nuestros escritos.
Los escritos del abogado no son una mera relación de leyes o citas de jurisprudencia o doctrina científica. Son un terreno en el que narrar hechos y argumentar ideas, y esa tarea es a veces la determinante en la calidad de lo escrito y en el éxito de lo solicitado. Aquí es donde todo abogado puede aplicar lo que la literatura le haya enseñado. Ahí es donde el lector de ese escrito lo podrá contraponer con otros acumulados en el mismo asunto.
Madrid, 3 de septiembre de 2018