Capital extranjero (si no aspira al control)

En el suplemento Negocios de El País del pasado 8 de enero de 2017 se dedicaba una singular atención a la presencia de capital extranjero en las sociedades cotizadas españolas. Junto a datos detallados que facilita Bolsas y Mercados Españoles de lo que representa el capital extranjero, se añadía un comentario editorial titulado “Forasteros en la Bolsa”. Son datos que cualquier observador de la realidad de nuestros mercados financieros y de nuestra vida societaria no puede ignorar y que ponen de manifiesto que existe una inversión extranjera estable que supera el 40% del capital de las sociedades cotizadas. Es llamativo que se señale que  ese 42% o 43% de capital estable en manos de inversores no residentes contrasta con una participación de bancos que se ha visto reducida al 3,6% y una participación de las Administraciones públicas de tan solo el 2,9%.

 

Estos datos contundentes pueden llevar a una reflexión de distinta extensión, pero ponen de manifiesto algunas circunstancias obvias y, a pesar de ello, contradictorias. Es evidente que en un marco general de liberalización normativa de la inversión en los mercados financieros lo que se nos está diciendo resultaba previsible. Está sucediendo en los mercados españoles lo mismo que acaece en muchos otros mercados. En el caso europeo con el incentivo que para la circulación de capitales implica una de las libertades fundamentales de la Unión Europea y que es objeto de una constante tutela.

 

No puede dejar de mencionarse cómo ha cambiado el papel que en la economía jugaban tradicionalmente nuestras entidades de crédito. No hace tantos decenios la cartera industrial de determinados bancos era decisiva dentro de las Bolsas españolas y lo que vemos actualmente es que, sobre todo por la presión regulatoria a la hora de imponer la reducción de esas participaciones industriales, la participación directa de los bancos en las grandes empresas ha pasado a ser excepcional. Sin embargo, esa participación reaparece como consecuencia de la crisis de las propias empresas, de manera que los bancos no tienen más opción que la de capitalizar la deuda y convertirse de nuevo, pero normalmente en el marco de procesos transitorios, en accionistas significativos que pilotan la reconversión o reestructuración de empresas en dificultades.

 

Otra reflexión es que la presencia masiva de inversores extranjeros conduce a una aproximación del régimen legal de las sociedades cotizadas. Los inversores que están detentando esas participaciones mayoritarias en las Bolsas españolas lo hacen a partir de un marco normativo de información y de derechos común al que rige para otras sociedades europeas en los respectivos mercados. Esto obliga a los gestores de esas compañías a ofrecer una transparencia que ha aproximado notablemente nuestras sociedades cotizadas a otras empresas europeas.

 

Por último, en lo que quizás sea un comentario con mayor carga polémica, resulta preciso reconocer que esa inversión foránea no aspira al  control de las empresas participadas. Constituye una inversión financiera en sentido estricto, en la que la rentabilidad y la estabilidad de las acciones y de los demás valores adquiridos son el factor decisivo, sin que el inversor pretenda participar en la orientación de la gestión de la compañía. Es cierto que, en ocasiones, nos estamos encontrando con la paradoja que supone que mercados que han aceptado con normalidad la presencia mayoritaria de inversores extranjeros, se revuelvan de inmediato con un patriotismo absolutamente sorprendente y carente de fundamento normativo a la hora de defender la posibilidad de que esos inversores extranjeros se conviertan en los nuevos titulares del control de las “joyas” empresariales respectivas. Los ejemplos son múltiples y se encontrarán simplemente tecleando la referencia al llamado “nacionalismo económico”. El episodio más cercano es el que estamos viviendo en torno a la aproximación que el grupo francés Vivendi ha hecho sobre el capital de Mediaset. Algunos titulares informativos que expresan las reacciones a esa inversión, que parece preludiar un intento de toma de control de la sociedad italiana por el nuevo accionista francés, dejan pocas dudas sobre esa reacción patriótica que parece contradictoria con la apertura al capital extranjero que se da en todos los mercados financieros internacionales. Bienvenido el capital foráneo, ¿siempre que no moleste?